Mika Etchebéhère, una revolucionaria argentina en la guerra civil española.

Este artículo fue publicado originalmente en la Revista Lêgerîn número uno.

Mika Etchebéhère, una revolucionaria argentina en la guerra civil española.

Mika Etchebéhère nació en Argentina el 14 de marzo de 1902, procedente de una familia judía que había huido de las persecuciones de la Rusia zarista. Sus primeros pasos en política los dio cuando tenía 14 años en el grupo anarquista de la ciudad de Rosario. Un años más tarde fundó, junto con otras militantes anarquistas, la agrupación feminista Luisa Michel. En 1920 conoció, en la Universidad de Buenos Aires, al que sería el amor de su vida, Hipólito Etchebéhère, el corazón del cuál, al igual que el de Mika, latía con fervor revolucionario. Influenciadas por la revolución rusa, en 1924 se afiliaron al Partido Comunista de Argentina (PCA), del cual fueron expulsadas dos años después por sus posicionamientos “anarquizantes”.

Mika e Hipo, como ella le llamaba, decidieron conjuntamente no tener prole, ya que no querían ponerse trabas en el camino revolucionario que se habían prometido seguir. Viajaron a la Patagonia, donde pasaron cuatro años recogiendo testimonios de las masacres sobre los trabajadores rurales cometidos por el gobierno argentino, y trabajando como dentistas (habían estudiado odontología) con el fin de acumular el dinero necesario para viajar hacia Europa, en donde todo apuntaba que iba a realizarse la revolución. La vida que pasaron juntas, rodeadas de la belleza de la Patagonia, estuvo apunto de atraparles, pero, tal y como dijo Mika, “nos habíamos impuesto otro destino; el de luchar por la revolución.” De esta manera, en1932 se instalaron en Berlín. En Berlín decidieron inscribirse en la escuela marxista del Partido Comunista para poder aprender alemán y así poder acercarse a los obreros. De estos años Mika relata cómo los obreros en Alemania estaban realmente preparados, armados y organizados para llevar a cabo la lucha revolucionaria, pero las directrices del Partido hacían de freno, no llegándose a realizar la esperada revolución.

Con el ascenso de Hitler, fueron a Francia y se instalaron en París. La tuberculosis que Hipo arrastraba desde hacia varios años empeoró y fue hospitalizado. En este momento, él y Mika decidieron casarse porque era la única manera de que ella pudiera ir a visitarle al centro sanitario. Siguieron de cerca los sucesos en Asturias en 1934 y quisieron participar, pero rápidamente vieron cómo el Gobierno de la República reprimió la revuelta, por lo que se quedaron en Francia. En 1936, el médico recomendó a Hipo ir a algún lugar donde el clima fuera mejor para su tuberculosis, por lo que ese mismo año se dirigió a Madrid, con la voluntad también de escribir un libro acerca de los ocurrido en el 1934. Unos meses mas tarde, en julio de 1936, Mika fue a Madrid a encontrarse con Hipo y quedarse con él. Pocos días después de la llegada de Mika, el 18 de julio el golpe de Estado militar fallido dio inicio a la Guerra Civil española y a la conocida Revolución de 1936. Mika e Hipo no lo dudaron, habían encontrado su tan buscada revolución, y rápidamente se unieron como voluntarias al POUM. Hipo, por su determinación militante y los conocimientos militares que tenía, ya que se había autoformado para la revolución, fue elegido como comandante de la Columna Motorizada. Mika, miembro de la misma columna, se encargaba especialmente de la limpieza, la organización del botiquín, escribir a las familias de los que no sabían escribir e impedir las riñas entre milicianos.

El 16 de agosto del mismo año Hipo cayó en combate. Mika pasó a ocupar su lugar, llegando al rango de capitana, sobrenombre con el cuál pasó a ser conocida por ser la única mujer internacionalista con este rango en España; La Capitana. Sin haber podido todavía llorar a Hipo, participaron en la defensa de Sigüenza, donde quedaron atrapadas resistiendo desde la Catedral. Mika expresó de la siguiente manera como se sentía durante este tiempo; “Entre estos desconocidos que han aceptado lo que yo acepté, y que apenas comienzo a conocer, me siento en mi sitio como en ninguna parte, protegida y protectora, libre porque me atan unos lazos que yo he querido.”

Después de conseguir escapar del asedio a la Catedral de Sigüenza, a finales de octubre volvió a París. ¿Vivir? Entonces, ¿quieres vivir? ¿Vivir sin él? ¿Después de la guerra, en el mundo de antes de su muerte? ¿En un mundo sin trincheras, sin bombardeos de aviones? Sabés de sobra que no podrás. Y de repente pienso en la mirada que me echaría, en su boca mitad sonriente mitad grave diciéndome; “Todo esto lo sabíamos desde nuestros 18 años. Elegimos la pelea, la pelea y la muerte.”” Después de decirse a sí misma que la única manera de aceptar y sobrellevar la muerte de Hipo era seguir la lucha que habían iniciado juntas, volvió a Madrid a principios de noviembre. “Me quedo aquí porque pertenezco a esta guerra.”

Participó de la defensa de Madrid con su compañía de milicianos, yendo de trinchera en trinchera durante los ataques, llevando jarabe para la tos a sus combatientes y asegurándose de que tuvieran buen abrigo. Desarrolló unas relaciones con los milicianos desde el respeto, la confianza y la admiración. En 1937 fue detenida por el Partido Comunista e interrogada por troskista en una cheka. El anarquista Cipriano Mera consiguió su puesta en libertad. Se unió a Mujeres Libres y luchó en el frente hasta junio del 1938, cuando las mujeres fueron enviadas a la retaguardia, donde participó en cursos de alfabetización y tareas de formación en un hospital de la CNT en Madrid. Continuó participando en las actividades de Mujeres Libres hasta la caída de Madrid en marzo del 1939, tras lo cuál volvió a París.

Durante la Segunda Guerra Mundial, por su origen judío y su condición de militante de izquierdas, volvió a Argentina, donde se quedó hasta el fin de la guerra, tras la cual volvió a París. A sus 66 años, participó activamente en el Mayo del 68, levantando barricadas y enseñando a las mas jóvenes a cubrirse las manos con guantes para no ser descubiertas por la policía. También organizó y participó en las movilizaciones en París en contra de las dictaduras en América Latina. Murió el 7 de julio de 1992, a los 90 años, y sus cenizas se convirtieron en agua del río Sena.

Mika es un ejemplo y un símbolo de una postura internacionalista que no parte de una solidaridad alejada, si no que se conecta desde el corazón y desde lo más profundo del alma, sintiéndose parte de la revolución y poniendo su vida en riesgo por la defensa de la misma. Mostró también que la comandancia de una mujer no se basa únicamente en razonamientos tácticos, si no en la dialéctica entre inteligencia analítica e inteligencia emocional, desde el compañerismo y el amor por sus camaradas y por la revolución. Representa también la personalidad de mujer libre y revolucionaria, en búsqueda constante de la libertad, una libertad que va más allá del individuo, que cobra sentido en el momento en el que se torna colectiva. Además, el amor que Mika sentía por Hipo, más allá de convertirse en una atadura y seguir el camino de relaciones clásicas, supuso un motor en el corazón revolucionario de Mika, siendo así un amor al servicio de la causa de la libertad.

Casilda Ginestá

Comité de Jineolojî de Europa

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