Perspectivas del Instituto Andrea Wolf sobre la crisis del coronavirus

Nos encontramos dentro de la tercera guerra mundial. Aquí en la Administración Autónoma del norte y el este de Siria (también conocida como Rojava, Kurdistán del Oeste) se puede sentir realmente. Pero esta guerra no es sólo militar, sus armas son la destrucción de la ecología, de los valores comunitarios y de la salud. La tercera guerra mundial que estamos atravesando está enfermando a la humanidad de muchas maneras diferentes. La búsqueda de nuestra propia verdad es ahora más necesaria que nunca. Abdullah Öcalan, que está al frente del Movimiento de Liberación del Kurdistán dice: «para encontrar la verdad tenemos que mirar hacia atrás donde la perdimos».

Para entender cualquier enfermedad necesitamos primero entender qué es la salud, qué significa y cómo podemos protegerla. Etimológicamente, en inglés antiguo la palabra «health» (salud) viene de la palabra “whole» (entero) o «wholeness» (integridad). Lo que nos hace completos es lo que somos. Antes de la implementación del patriarcado, el estado y el capitalismo, que se desarrollaron juntos hace unos 5000 años, la sociedad vivía en clanes o grandes grupos familiares donde las madres eran los centros de la vida. Las plantas eran la medicina utilizada, basada en el fortalecimiento del cuerpo, la mente y el alma de toda la comunidad. En las diferentes partes del mundo se desarrollaron diferentes sistemas de salud. Todos tienen raíces muy similares en la sociedad natural (durante el Paleolítico y el Neolítico). Esto se debe al hecho de que todos surgieron en una época en la que la vida estaba muy cerca y en armonía con la naturaleza. Más tarde se desarrollaron de acuerdo a las diferencias regionales y culturales. Desde ese momento y hasta el día de hoy, la madre, a través de llevar la vida en su interior, alimentándola y cuidándola durante los primeros años, es la primera curandera, la portadora del conocimiento de cómo se mantiene y protege la vida.

La salud no puede ser vista como una institución. Los animales y los seres vivos también tienen un sistema de salud. Todo lo que existe en el universo trata de sobrevivir manteniendo un equilibrio, manteniendo la salud, la cual tiene que ser protegida constantemente a través de los diversos sistemas de autodefensa, desde el campo magnético de la tierra hasta nuestros anticuerpos.

Las primeras tradiciones médicas incluyen las de Babilonia, China, Egipto e India. La historia de la medicina muestra cómo las sociedades han cambiado su enfoque de la enfermedad desde la antigüedad hasta el presente, separando a la mujer de este papel primordial y central de sanadora.

Por ejemplo, la caza de brujas, que cobró importancia sobre todo en Europa central después de la Edad Media, entre los siglos XVI y XIX (y que aún hoy continúa en algunos lugares del mundo), fue el intento de romper el papel de las mujeres sanadoras que vivían en grupo, formaban comunidades y realizaban todo tipo de trabajos hasta el final de la Edad Media. El control del Estado y la Iglesia sobre estas mujeres, que también actuaban como comadronas, tratando el dolor, realizando abortos y curas, fue brutal. Millones fueron quemadas vivas, torturadas y encarceladas pero durante más de 300 años la caza de brujas impuso el miedo entre la gente, demonizó a las mujeres y se le privó de su papel de sanadora, otorgándoselo al médico hombre que se centró sólo en el cuerpo, y que a su vez lo dividió en distintos sistemas separados.

Fue un intento de romper el estrecho vínculo de las mujeres con la naturaleza. Algo que no consiguieron destruir, pero que sigue dañado hasta hoy. Cuando en el siglo XVI los europeos llegaron al continente americano, continuaron con la caza de brujas y masacraron a pueblos enteros por sus antiguas prácticas y vida comunitaria, y en su búsqueda de poder y dominación. Pero las mayores armas de los colonizadores, que mataron al 90% de las poblaciones indígenas en algunas zonas, no eran sus armas de fuego sino las enfermedades comunes que portaban, como la varicela, contra la cual las poblaciones indígenas no tenían defensa. La enfermedad era su mayor amenaza y el resultado fue una masacre, aunque no pudieron destruir la resistencia que aún continúa.

En las epidemias mundiales, las mujeres siempre han estado en primera línea. La Peste Negra (1346-1353) fue la peor pandemia registrada en la historia de la humanidad donde cientos de millones de personas murieron. La mayoría de las que cuidaban a los enfermos eran mujeres. La plaga mató a más hombres, por lo que las mujeres se reunieron y continuaron cuidando de sí mismas y de los demás. La Peste Negra llegó después de un enorme aumento de la población, la destrucción de los bosques, el intenso comercio y un crecimiento desproporcionado, que no se correspondía con el cuidado de la salud o la naturaleza.

Hoy en día, podemos ver algunos patrones similares en la crisis del coronavirus. El patriarcado y el capitalismo están en una profunda crisis y las comunidades y la naturaleza están siendo destruidas, junto con el papel y la existencia de las mujeres en la sociedad. Los valores que nos mantuvieron vivas, y aquellas que los transmitieron, como las personas ancianas y las madres son constantemente atacadas por la sociedad moderna.

A nivel mundial, el 70% de las trabajadoras en los ámbitos sanitario y social son mujeres. También el 90% de las trabajadoras del hogar, que cuidan a las personas mayores por ejemplo, son mujeres. Las mujeres están sosteniendo la sociedad porque no se trata sólo de ser médico, sino de cuidar, nutrir, alimentar, educar y apoyar. Para lograr la salud necesitamos ética, emociones, empatía, sentido comunitario y conexión con la naturaleza. Hoy en día, el enfoque común de la crisis del corona en todo el mundo nos muestra cómo esto ha cambiado, y nos lleva a formularnos preguntas importantes: ¿Cómo entendemos la vida? ¿Qué hace posible la vida?

Si miramos al Kurdistán, en Mesopotamia, en el idioma kurmanji la palabra vida es «jiyan» que tiene su raíz en la palabra mujer «jin». Las mujeres son las que dan y cuidan la vida. Pero este concepto de mujer no es sólo biológico, es un sistema de valores y comprensión que se aplica a todos los miembros de la sociedad. La vida no es sólo un cuerpo, la vida es todas las creaciones de la naturaleza: gotas de lluvia, océanos, montañas, emociones, la sociedad humana o la caída de las hojas, y la organización de las mismas a través de la biodiversidad. El coronavirus en sí mismo es algo vivo porque se reproduce y se propaga, y también cambia de forma, muta. Así que tenemos que entenderlo como parte de la vida en el planeta, y enfocarnos en las razones que hay detrás de su aparición y rápida expansión.

En la sociedad moderna la naturaleza es vista como un objeto a explotar, y el ser humano, representado por el hombre dominante, blanco y rico, como el sujeto que activamente transforma el mundo para adaptarlo a sus necesidades. La tierra pertenece a los Estados y a las empresas multinacionales, y todo lo que vive en ella se convierte en su propiedad. El paisaje se transforma. Donde antes había amplias áreas para vivir con la naturaleza de la que formamos parte, construimos edificios llenos de muros para separar a la gente, incluso dentro de sus propias familias. Comenzamos un proceso de aislamiento que se manifiesta claramente hoy en día cuando nos vemos obligadas a confinarnos. Pero aún forzadas a aislarnos físicamente, todavía podemos estar conectadas de muchas maneras y encontrar el camino hacia la libertad a través de nuestras luchas. El ejemplo de Abdullah Öcalan nos inspira. A pesar de llevar en aislamiento 21 años en manos del Estado Turco, sigue luchando y sus ideas traspasan muros y fronteras. Las conexiones revolucionarias profundas nunca se pueden romper.

Ahora mismo el aislamiento, tal como se aplica para evitar que la gente se contagie, divide a las comunidades y dificulta la auto-organización, haciendo más débiles las redes de apoyo ya existentes. Las familias o las redes de solidaridad no pueden reunirse para encontrar otras formas de superar este período, o para pasar el duelo por sus seres queridos. En cambio, el Estado, ahora es capaz de controlar la vida de las personas más que antes decidiendo quién puede y quién no puede salir, qué tipos de trabajo son necesarios y cuáles no, poniendo el valor en el capital y no en las personas. Para asegurarse de que todo el mundo sigue las nuevas reglas, los Estados aumentan la represión, implementan toques de queda, llenan las calles de policías y militares, imponen multas o intensifican la vigilancia. Esto contribuye a que el miedo se esté acumulando en el corazón de la gente.

Durante el período de aislamiento, la socialización se lleva a cabo a través de la tecnología y la información se recibe a través de Internet y los medios de comunicación. Siguiendo la idea de la libertad individual liberal, no hay códigos éticos o morales que controlen qué mensajes se transmiten. A través de los medios de comunicación la política liberal una vez más abre el camino hacia el fascismo y el Estado es libre de hacer una campaña de terror para aumentar el control social, haciendo a las personas más susceptibles de aceptar que se les retiren sus derechos y promoviendo la división social entre los buenos y los malos ciudadanos, que serán considerados responsables de la propagación del virus y de las medidas que se tomen en consecuencia.

La socialización es parte de la naturaleza humana y por lo tanto de la salud. La fuerza de nuestra sociedad se basa en el amor que nos tenemos unas a otras y en el amor por lo que somos. Este amor nos impulsará a cuidarnos, y conecta nuestra existencia en una sola alma. La actual situación de aislamiento está teniendo un gran impacto en la salud mental al generar sentimientos de impotencia y de soledad , pero esto es sólo la punta de un iceberg que comenzó a congelarse hace cientos de años. Todas estamos conectadas, y ahora seguiremos conectándonos de cualquier manera que encaje en la lógica de la autodefensa y la prevención de muertes.

Estamos viendo como en las grandes ciudades, la gente está luchando por sobrevivir después de perder sus medios para obtener un ingreso, revelando cuán ligada está nuestra vida al sistema capitalista y cómo ya no se encuentra en nuestras manos el poder preservarla. La sociedad no está dirigida por la sociedad sino por medios, los Estados o productos externos. La gestión que se hace de los territorios no tiene la capacidad de satisfacer las necesidades de su población. Fuera de la lógica capitalista globalizada, podemos ver por ejemplo a nivel local en el Kurdistán gente trabajando la tierra, plantando y cultivando, o fabricando mascarillas artesanalmente. Incluso viviendo bajo el embargo de la guerra, la sociedad puede adaptarse mejor a las nuevas condiciones porque está organizada comunalmente.

En cuanto a las mujeres, vemos que en todo el mundo el aislamiento en casa se está convirtiendo en una prisión para aquellas que se enfrentan a la violencia de género. Las mujeres están expuestas a la violencia y a la muerte en sus propios hogares. Se quedan en su núcleo familiar sin poder tomar el espacio público por el que tanto luchamos. Las mujeres sólo pueden ser libres si la sociedad es libre, por lo que permanecer fuertes y juntas y preservar la ética de la sociedad, mantendrá viva la lucha por la libertad. No podemos dejar a ninguna sola.

En las calles, en las prisiones y a lo largo de las fronteras, la violencia ha aumentado. Se están aplicando políticas racistas y se están restringiendo los derechos. También estamos viendo cómo los Estados imperialistas actúan bajo el pretexto de defender la vida, pidiendo a la gente que se quede en casa, mientras que los aviones de guerra y los drones surcan los cielos. La guerra continúa, ocupando tierras, matando gente y amenazando la vida misma, como está ocurriendo aquí, con Turquía bombardeando civiles, cortando el agua y el suministro eléctrico a miles de personas que dependen de ello para vivir y luchar contra el virus.

Vemos que la verdadera enfermedad no viene del virus corona, sino del sistema patriarcal y colonial capitalista que ha hecho enfermar a la humanidad. Como dice Abdullah Öcalan en sus escritos de defensa, «existen tantos indicios de que se está llegando al fin del sistema como personas verdaderamente sabias que han llegado a la misma convicción. El problema estriba en saber, dentro de este caos, cuáles son las alternativas adecuadas, libres, democráticas e igualitarias que podrían ser socializadas.». El Coronavirus es otro de estos indicios que nos muestra la necesidad de un cambio radical de paradigma.

Ya tenemos las semillas para construir un nuevo paradigma. Las que resistieron a la opresión, hasta el día de hoy siguen llevando consigo valores democráticos y formas de organizarse colectivamente y con solidaridad entre sí. En el movimiento revolucionario del Kurdistán encontramos una propuesta para un nuevo paradigma. En estos momentos de enfermedad mundial debemos centrarnos en cómo defendemos la vida, su verdadera ética y libertad de forma global y holística.

En el Movimiento de Liberación del Kurdistán la autodefensa es sinónimo de existencia. Se dice que “un ser que no puede defenderse a sí mismo no puede existir». La autodefensa es algo ligado a la sociedad y a la identidad. Todos los seres vivos tienen un sistema de defensa. Toda existencia es una lucha constante. Si miramos al diente de león por ejemplo, el viento puede soplar sus semillas y la planta queda desnuda y parece haber muerto, pero sus semillas se extienden por todas partes. O la rosa, que defiende su vida con sus espinas, que a la vez son un aviso para los posibles atacantes.

La autodefensa es una forma de organizar la sociedad. Durante los últimos dos meses hemos visto cómo los mecanismos de autodefensa social se han activado en todo el mundo, en forma de redes de solidaridad con las personas más afectadas por el aislamiento, distribuyendo alimentos y máscaras. Las gente se ha unido para luchas en contra de las medidas que destruyen el tejido social que nos protegen, las trabajadoras han organizado huelgas, se envían mensajes de solidaridad desde todo el mundo, se realizan huelgas de hambre así como protestas dentro de las prisiones para defender los derechos humanos básicos.

Las calles vacías, donde ahora la vida se abre paso, también nos muestran el efecto perjudicial que el sistema capitalista genera sobre el medio ambiente. La contaminación del aire en algunos lugares ha disminuido hasta un 40% desde el comienzo del aislamiento. Si vemos el poder de crear vida a partir de la naturaleza y nos conectamos con ella como parte de ella, podemos superar la mentalidad liberal, las falsas necesidades impuestas, la supremacía de los seres humanos sobre los animales, o la supremacía de los hombres sobre las mujeres.

Frente a cada crisis, surge una opción de cambio revolucionario, un cambio que aporta una solución para todas las sociedades del mundo. La palabra crisis viene del griego krisis, que significa «decisión». Cuando llegamos a este momento, necesitamos tomar una decisión para superar un punto de inflexión. Podemos ver el fin del capitalismo, el imperialismo y el patriarcado más cerca que nunca porque su verdad está saliendo a la luz. En este momento hay tanta angustia y desesperación por la situación excepcional como esperanza y posibilidad real de cambio. Creer en ello aumenta las posibilidades de hacer realidad la revolución mundial, y es necesario recordar aquí y ahora que este es el siglo de las mujeres, y que quizás el coronavirus es el golpe preciso, el que nos permitirá darnos cuenta de que este momento de caos es una oportunidad para la Revolución Mundial. Una nueva posibilidad puede surgir de nuestro dolor común y de nuestra esperanza colectiva.

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