Brujas, parteras y enfermeras: una historia de sanadoras

INTRODUCCIÓN DEL LIBRO «Brujas, parteras y enfermeras: una historia de sanadoras»

Autoras: Barbara Ehrenreich y Deirdre English

Las mujeres siempre han sido sanadoras. Ellas fueron las primeras médicas y anatomistas de la historia occidental. Sabían procurar abortos y actuaban como enfermeras y consejeras. Las mujeres fueron las primeras farmacólogas con sus cultivos de hierbas medicinales, los secretos de cuyo uso se transmitían de unas a otras. Y fueron también parteras que iban de casa en casa y de pueblo en pueblo. Durante siglos las mujeres fueron médicas sin titulo; excluidas de los libros y la ciencia oficial, aprendían unas de otras y se transmitían sus experiencias entre vecinas o de madre a hija. La gente del pueblo las llamaba , aunque para las autoridades eran brujas o charlatanas. La medicina forma parte de nuestra herencia de mujeres, pertenece a nuestra historia, es nuestro legado ancestral.

Sin embargo, en la actualidad la atención en salud se halla exclusivamente en manos de profesionales masculinos. El 93% de los médicos de los Estados Unidos son varones y casi todos los altos cargos directivos y administrativos de las instituciones sanitarias también están ocupados por hombres. Las mujeres todavía son mayoritarias en la profesión – el 70% del personal sanitario es femenino – , pero se nos ha incorporado como mano de obra dependiente a una industria dirigida por los hombres. Ya no ejercemos autónomamente ni se nos conoce por nuestro nombre y se nos valora por nuestro trabajo. La mayoría somos ahora un simple peonaje que desarrolla trabajos anónimos y marginales: oficinistas, dietistas, auxiliares técnicas, sirvientas.

Cuando se nos permite participar en el trabajo medico, solo podemos intervenir en calidad de enfermería. Y las enfermeras o parteras profesionales, cualquiera que sea nuestra calificación, siempre realizamos un trabajo subordinado con respecto al de los médicos. Desde la auxiliar de enfermera, cuyas serviles tareas se suceden mecánicamente con precisión de cadena de montaje, hasta la enfermera o partera , que transmite a la auxiliar las órdenes del medico, todas compartimos la condición de sirvientas uniformadas bajo las órdenes de los profesionales varones dominantes.

Nuestra subordinación se ve reforzada por la ignorancia, una ignorancia que nos viene impuesta. Las enfermeras y parteras aprenden a no hacer preguntas, a no discutir nunca una orden. < ¡El medico sabe mejor lo que debe hacerse!> El es el brujo que mantiene contacto con el universo prohibido y místicamente complejo de la Ciencia, el cual – según nos dicen – se halla fuera de nuestro alcance. Las trabajadoras de la sanidad se ven apartadas, alienadas, de la base científica de su trabajo. Reducidas a las tareas de alimentación y limpieza, constituyen una mayoría pasiva y silenciosa.

Dicen que nuestra subordinación esta determinada biológicamente, que las mujeres estamos mejor dotadas por naturaleza para ser enfermeras o parteras que para médicos. A veces incluso nosotras mismas intentamos buscar consuelo en la teoría de que la anatomía nos había derrotado ya antes de que lo hicieran los hombres, que estamos tan condicionadas por los ciclos menstruales y la función reproductora que nunca hemos actuado como sujetos libres y creadores fuera de las paredes de nuestros hogares. Y además debemos enfrentarnos con otro mito alimentado por la historia convencional de la medicina, a saber, la noción de que los profesionales masculinos se impusieron gracias a su superioridad técnica. Según esta concepción, la ciencia (masculina) habría sustituido de forma más o menos automática a la superstición (femenina), que en adelante quedaría relegada a la categoría de .

Pero la historia desmiente estas teorías. En tiempos pasados las mujeres fueron sanadoras autónomas y sus cuidados fueron muchas veces la única atención médica al alcance de los pobres y de las propias mujeres. A través de nuestros estudios hemos constatado además que, en los periodos examinados, fueron más bien los profesionales varones quienes se aferraban a doctrinas no contrastadas con la práctica y a métodos rituales, mientras que las sanadoras representaban una visión y una practica mucho más humanas y empíricas.

El lugar que actualmente ocupamos en el mundo de la medicina no es. Es una situación que exige una explicación. ¿Cómo hemos podido caer en la presente subordinación, perdiendo nuestra anterior preponderancia?

Nuestra investigación al menos nos ha permitido averiguar una cosa: la opresión de las trabajadoras sanitarias y el predominio de los profesionales masculinos no son resultado de un proceso , directamente ligado a la evolución de la ciencia médica, ni mucho menos producto de una incapacidad de las mujeres para llevar a cabo el trabajo de sanadoras. Al contrario, es la expresión de una toma de poder activa por parte de los profesionales varones. Y los hombres no triunfaron gracias a la ciencia: las batallas decisivas se libraron mucho antes de desarrollarse la moderna tecnología científica.

En esa lucha se dirimían cosas muy importantes. Concretamente, el monopolio político y económico de la medicina, esto es, el control de su organización institucional, de la teoría y la práctica, de los beneficios y el prestigio que su
ejercicio reporta. Y todavía es más importante lo que se dirime hoy en día, ahora que quien controla la medicina tiene el poder potencial de decidir quien esta y quien esta cuerda.

La represión de las sanadoras bajo el avance de la medicina institucional fue una lucha política; y lo fue en primer lugar porque forma parte de la historia mas amplia de la lucha entre los sexos. En efecto, la posición social de las sanadoras ha sufrido los mismos altibajos que la posición social de las mujeres. Las sanadoras fueron atacadas por su condición de mujeres y ellas se defendieron luchando en nombre de la solidaridad con todas las mujeres.

En segundo lugar, la lucha también fue política por el hecho de formar parte de la lucha de clases. Las sanadoras eran las médicas del pueblo, su ciencia formaba parte de la subcultura popular. La práctica médica de estas mujeres ha continuado prosperando hasta nuestros días en el seno de los movimientos de rebelión de las clases más pobres enfrentadas con la autoridad institucional. Los profesionales varones, en cambio, siempre han estado al servicio de la clase dominante, tanto en el aspecto medico como político. Han contado con el apoyo de las universidades, las fundaciones filantrópicas y las leyes. Su victoria no es tanto producto de sus esfuerzos, sino sobre todo el resultado de la intervención directa de la clase dominante a la que servían.

Este breve escrito representa solo un primer paso en la vasta investigación que deberemos realiza si queremos recuperar nuestra historia de sanadoras y trabajadoras sanitarias. El relato es fragmentario y se ha recopilado a partir de fuentes generalmente poco precisas y detalladas y muchas veces cargadas de prejuicios. Las autoras somos mujeres que no podemos calificarnos en modo alguno de historiadoras . Hemos restringido nuestro estudio al ámbito de la historia de Occidente, puesto que las instituciones con que actualmente nos enfrentamos son producto de la civilización occidental. Todavía no estamos en condiciones de poder presentar una historia cronológicamente completa. A falta de ello, hemos optado por centrar nuestra atención en dos importantes etapas diferenciadas del proceso de toma del poder medico por parte de los hombres: la persecución de las brujas en la Europa medieval y el nacimiento de la profesión medica masculina en los Estados Unidos en el siglo diez y nueve.

Conocer nuestra historia es una manera de retomar la lucha de nuevo.


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