Mujer y medicina – Parte IV: Mujer y Maternidad, qué es la violencia obstétrica

Último artículo de la serie “Mujer y medicina: una historia de usurpación y violencia”, un análisis sobre la historia de la mujer, la salud y la medicina y cómo la sabiduría ancestral de las mujeres sobre la salud fue usurpada por medio del patriarcado.

Autora: Ana Arambilet

Parte 4 – Mujer y Maternidad: qué es la violencia obstétrica

Ha habido experimentación muy sádica de hombres médicos sobre los cuerpos de mujeres; se conocen sobre todo las experimentaciones sobre las mujeres africanas, esclavas, en las plantaciones de algodón, para conocer la anatomía sobre todo dentro del campo de la ginecología; se han hecho aberraciones sobre los cuerpos de las mujeres para investigar; por eso, de hecho las diferentes partes del aparato sexual y reproductor femenino llevan nombres masculinos.” (M.K)

En un artículo publicado en [email protected], Vicky López Ruiz expone los experimentos realizados por el ginecólogo Skene y el doctor Sims sobre esclavas negras de las plantaciones de algodón de Alabama en torno al 1840. Skene da nombre a las glándulas de Skene, situadas a ambos lados de la vagina y que facilitan la fecundación. Por su parte, el cirujano James Marion Sims investigó en cuerpos de mujeres esclavas, sin anestesia, una técnica para reparar la fístula vesicovaginal. En su estudio, López Ruiz denuncia la utilización en la investigación ginecológica de mujeres racializadas, y mujeres de los suburbios de países del tercer mundo, o en España en los años 50 y 60, “en mujeres trabajadoras o esposas de obreros” (María Jesús Montes, matrona y doctora en antropología).

Como si se tratara de una novela de terror, el historiador Don Shelton investigó a los llamados padres de la ginecología, Hunter y Smellie, y escribió sus conclusiones en su libro “El traje nuevo del emperador”. Al parecer, ambos, entre 1754 y 1766, ordenaron el asesinato de mujeres en avanzado estado de gestación, para estudiar y dibujar atlas anatómicos completos publicados después en la obra “Anatomía del útero humano grávido”. Estas prácticas aberrantes, y nunca estudiadas y condenadas, ni siquiera hoy en día, se produjeron después de que las mujeres fueron apartadas de su práctica tradicional ginecológica y obstétrica mediante tratamientos naturales; en los largos años de persecución (acusaciones de brujería) fueron apartadas de esta práctica y sustituidas por médicos hombres, que establecieron las bases de las teorías ginecológicas y obstétricas que han llegado hasta nuestros días.

Qué es la violencia obstétrica.

Podemos recrear el momento de la historia en que la mujer paría rodeada de otras mujeres, mujeres mayores que a su vez habían sido madres; mujeres mayores que conocían la postura adecuada para parir, las hierbas adecuadas para mitigar los dolores, el consuelo y el respeto de parir entre mujeres. Hay un sustrato natural en todo ello; nada más significativo y entrañable como el parto de una elefanta, esos mamíferos enormes, tan distintas a nosotras, que paren acompañadas de otras elefantas que las ayudan, cuidan, protegen y consuelan; el parir solas y en cautividad puede enloquecer a la elefanta.

Están definidas como violencia obstétrica prácticas como:

-Cesáreas no justificadas.

-Parto inducido.

-Maniobra de kristeller (empujar el abdomen de la mujer, tumbándose sobre ella)

-Episiotomía o corte en la vagina, sin ser necesaria.

-No poder elegir la posición al parto. (Fue un privilegio del rey Sol el ver parir a su mujer tumbada, mientras él observaba el parto cómodamente sentado en una silla. Parece razonable que la postura natural del parto es la de la mujer acuclillada, así el bebé no tiene que iniciar un angustioso camino cuesta arriba, y la mujer tiene mayor libertad para ayudar a nacer a su cría).

-Ausencia del contacto con el bebé.

-Infantilización, trato despectivo, no escuchar lo que la madre expone de lo que su cuerpo está experimentando, o no permitir que la madre pueda parir como ella se sienta mejor…

Se podría preguntar a mujeres que han sido madres, cuántas de estas prácticas innecesarias e incorrectas sufrieron durante su parto. Está demostrado que el cuerpo y el instinto de la mujer está preparado para poder parir con mucha mayor independencia y autocontrol.

La antropóloga Elena Margarita García, en su tesis doctoral La violencia obstétrica como violencia de género, expone: “La violencia obstétrica es el tipo de violencia ejercida por parte del personal sanitario sobre el cuerpo de las mujeres y su vida reproductiva. Es una violencia invisibilizada. La autora ha vivido personalmente las experiencias de parir en un hospital y parir en casa, y cuestiona que un acto tan íntimo como es el parto se realice en un entorno hospitalario. (Eso nos lleva a cuestionar la medicalización desarrollada con respecto a hechos naturales relacionados con la sexualidad de la mujer: menstruación, parto, menopausia…). Como resistencia y denuncia de este tipo de violencia, la autora expone los casos de países como Venezuela, Argentina o México, donde se tipifica de manera específica la violencia de género. En España, y otros países, no se especifica este tipo de violencia como tal, pero existe una legislación que protege los derechos de las usuarias de la sanidad, que pueden proteger de las violencias que se producen en el parto.

La periodista y socióloga Esther Vivas, a partir de su propia experiencia, ha publicado el ensayo Mamá desobediente. En la sinopsis del libro podemos leer:

Ser madre no es una tarea fácil. Vivimos en una sociedad hostil a la maternidad. No es sencillo quedarte embarazada, tener un parto respetado, dar de mamar donde y cuando quieres, compaginar la crianza y el empleo. Todo el mundo se cree que puede juzgarte. Parece que tenemos que escoger entre una maternidad neoliberal supeditada al mercado o una maternidad patriarcal sacrificada. Pero ¿dónde queda nuestro derecho a vivir sin imposiciones la experiencia materna? Si tomamos el principio feminista de que lo personal es político, el reto consiste en politizar la maternidad en sentido emancipador. No se trata de idealizarla, sino de reconocer su papel fundamental en la reproducción social, otorgarle el valor que le corresponde. Una vez las mujeres hemos acabado con la maternidad como destino, toca poder decidir cómo queremos vivirla.”

En este libro, Esther Vivas habla de temas invisibles como la infertilidad, el embarazo, la pérdida gestacional, el parto, la violencia obstétrica, el puerperio, la lactancia, el negocio del biberón… Lo hace a través del ensayo, la literatura y su experiencia personal. Una mirada feminista y desobediente a la maternidad.

No es ajena a esta violencia que la medicina pasara de las manos de las mujeres, sobre todo en lo relacionado al parto (co-madronas, co-madres) a la de los médicos, hombres y de clases sociales elevadas. Durante demasiado tiempo la mujer perdió su capacidad de decidir sobre cómo llevar su embarazo, cómo gestionar su parto y la crianza de su bebé (cuándo hay que dar de mamar al bebé, cuándo hay que dejar de amamantarlo, si hay que atender o no las inquietudes y miedos del bebe, etc. ignorando que la propia madre tiene el instinto y la sabiduría suficiente para gestionar la crianza de su bebé). Pero también ha existido y existe un movimiento de resistencia a estas prácticas obstétricas jerárquicas, como las que llevan a cabo organizaciones como: El parto es nuestro, Dona Llum, Plataforma pro derechos del nacimiento, Asociación nacer en casa,…

El nacimiento de Nora. El testimonio de una mamá.

Cuando supe que estaba embarazada sentí casi de inmediato miedo al parto. Al principio me parecía algo muy irracional, pero finalmente descubrí que mi miedo tenía su origen en la cantidad de historias que había oído sobre la violencia obstétrica en los nacimientos. He conocido historias de mujeres a las que el personal sanitario que atendía su parto les practicaba maniobras desaconsejadas por la OMS, las trataba con desprecio, las infantilizaba e incluso las llegaba a poner en peligro. Me daba miedo encontrarme en una situación vulnerable siendo tratada de la misma manera y sin saber reaccionar.

Aunque he oído hablar a ginecólogos y ginecólogas de que la violencia obstétrica no existe y que ese término no debería emplearse, son muchas las mujeres que afirman haberse sentido intimidadas y maltratadas. Demasiadas. Y yo no quería verme en esa situación.

Empecé a informarme sobre los programas de parto humanizado de diferentes hospitales de mi Comunidad Autónoma. Mi embarazo llegó gracias a una fecundación invitro que me realicé en un hospital público. Durante este proceso viví de primera mano la falta de empatía y el horrible trato que se nos da a las pacientes de ginecología. Por ello, el primer hospital que descarté fue el único que ya conocía.

De mi estudio pormenorizado de los hospitales finalmente me quedé con dos. Uno público (aunque de gestión privada) y otro privado. En ellos comencé las revisiones médicas que se nos realizan a las embarazadas. Ambos presumían de sus programas de parto humanizado y de baja intervención. Sin embargo, el trato que yo recibía en la consulta en uno de estos centros no parecía ir en consonancia con lo que yo considero un parto humanizado. ¿En qué lo noté? En la información que se me ofrecía sobre mi embarazo. Una de las bases del parto humanizado es que la paciente debe estar informada en todo momento de su situación, de las medidas y procedimientos que se le van practicar y de sus efectos. Y eso no siempre se encuentra en las consultas médicas.

Finalmente llegó el momento de la preparación al parto y es donde realmente se demostró la verdadera filosofía de parto de ambos centros. En uno de ellos, la matrona simplemente nos recordó que somos animales. Que parimos como cualquier otra mamífera y que en muchas ocasiones la intervención hospitalaria nos ha hecho perder la confianza en nuestro cuerpo y en nuestra capacidad innata para dar a luz. En este hospital pusieron a mi alcance diversos métodos no farmacológicos para mitigar el dolor del parto. Hipnoparto, reflexología, aromaterapia… un sinfín de prácticas que podía llevar a cabo junto con mi pareja sin intervención médica y que podían llevarme a un estado más animal y primitivo que me permitiera vivir la experiencia del modo más natural posible.

Finalmente llegó el día del parto. Aunque por causas ajenas al hospital, fue un parto más medicalizado de lo que había planeado, se optó siempre por la baja intervención del personal sanitario. Fueron horas de dilatación en la que mi pareja y yo estuvimos a solas. Con luz tenue, fotos y recuerdos (en mi caso, de mi perrita) que me ayudaran a liberar oxitocina de forma natural, una playlist con música elegida por mí para ese momento… todo lo que necesitaba para crear un ambiente relajado e íntimo pese a encontrarme en el paritario de un hospital.

En un momento dado, viendo que mi proceso de parto empezaba a alargarse demasiado, se me planteó la posibilidad de hacer una cesárea. La matrona que me estaba atendiendo confió en mí y en mi capacidad para parir y me ofreció la oportunidad de seguir intentando un parto vaginal. Sé claramente que, en otros hospitales, mi parto hubiese acabado en cesárea. Los tiempos cuentan más que los deseos de las pacientes.

Finalmente llegó el momento. Los primeros pujos los hice en la mas absoluta oscuridad y sola con mi pareja. La matrona nos explicó cómo hacerlo y nos dejó a solas. Así, juntos y en la intimidad nos preparamos para dar la bienvenida a nuestra hija. La dosis de analgesia que se me administró fue la justa para que no sintiera un gran dolor, pero que sí me permitiera sentir a mi hija nacer. Cuando ya la notaba cerca llamamos a las matronas, que en cuestión de segundos prepararon todo y me indicaron que tenía que empujar bien fuerte. Pusieron un espejo de forma que yo podían ver perfectamente la cabecita de mi bebe bajar por el canal de parto. Pese al dolor, esa imagen me hacía empujar con más ganas. Llegó un momento en que el dolor, el cansancio y los nervios asomaron haciéndome perder la confianza en mí. Entonces mi pareja y aquellas tres mujeres me animaron y me ayudaron a buscar dentro de mí la fuerza necesaria para seguir empujando. Finalmente sentí la cabeza de mi hija salir y yo misma me incorporé para sacarla y ponérmela en el pecho. Ya estaba aquí. Sin necesidad de instrumental, sin desgarro, sin intervención médica.

Durante las siguientes dos horas estuvimos a solas mi pareja, mi hija y yo en el paritorio con la luz apagada y en la más absoluta intimidad. Piel con piel. Solo se nos interrumpió una vez, para ayudarnos a enganchar al bebé al pecho para que empezara a mamar.

Mi experiencia no es poco común. Muchas encontramos grandes profesionales que son conscientes del gran momento que vivimos las mujeres y del que están formando parte. Sin embargo, muchas mujeres se encuentran con situaciones radicalmente opuestas y sus vivencias las marcan de por vida. (D.G. 8.04.2022).”

Existen otras violencias sobre la mujer en relación a sus ciclos naturales relacionados con su especificidad como mujer, más allá del embarazo, parto y puerperio: las que se refieren a la menstruación y a la menopausia, situadas en dos momentos muy diferentes en la vida de la mujer, y ambas medicalizados y rodeados del misterio y el tabú de la sangre, de la fertilidad y de la pérdida de ella. Anna Gabriel, política exiliada por la represión contra el procès, siendo diputada el parlamento español manifestó que “era usuaria de la copa menstrual desde hacía años”. Su partido había llevado al pleno municipal de la población catalana de Manresa una proposición para reivindicar la copa menstrual como una alternativa a los tampones y compresas, por ser “productos ecológicos, sostenibles, más baratos, cómodos y fáciles.” Sus afirmaciones provocaron el desprecio y las bromas de mal gusto de los partidos de la derecha. También era creencia popular que durante la menstruación, la mujer no podía hacer mayonesa, porque la cortaba, y además provocaba que las plantas se secaran, si las tocaba. En algunas culturas, durante la menstruación la mujer no pueden entrar en los templos.

En estos días el Ministerio de Igualdad ha aprobado, dentro de la ley del aborto, que se pueda pedir una baja laboral de tres días en casos de menstruaciones muy dolorosas, decisión que ha provocado una cascada de comentarios despectivos en twitter y otros medios de comunicación. Como siempre, el debate sobre esta medida dista mucho de ser un debate lógico y empático, más allá de si esta medida debe generar algún tipo de debate. Por otro lado, no existe prácticamente una conciencia de que la vagina se puede fortalecer con ejercicios concretos, lo que podría revertir muy positivamente en la salud de las mujeres.

La menopausia, otro proceso natural del cuerpo de la mujer, también ha sido objeto de una literatura despectiva: “está menopáusica” ha sido un comentario escuchado muchas veces para desacreditar a la mujer mayor. Recuerdo que, siendo adolescente, a veces iba a casa de una amiga; había días en que, al llegar, la casa se encontraba en penumbra, y mi amiga me decía: “no hagas ruido, mi madre está en su habitación, no se encuentra bien, es por la menopausia”.

La mujer pasa, a lo largo de su vida, del estigma y los falsos mitos sobre la menstruación, al estigma y los falsos mitos de la menopausia. Y sin embargo, ambos procesos son procesos naturales, que enmarcan nuestras fases vitales, la fertilidad de la sangre joven, y el paso de la edad fértil a una madurez en que la mujer, ya más allá de la edad adulta, en el inicio de una nueva fase de la vida, puede utilizar y disfrutar de toda esa rica experiencia, haya sido madre o no; ¿no se podrían crear procesos de acompañamiento de las mujeres mayores a las mujeres jóvenes? ¿No se podría utilizar la experiencia de las mujeres que han vivido todos esos procesos naturales, en lugar de menospreciar y ridiculizar a las mujeres en esas dos etapas naturales de su vida? Curiosamente, ambas etapas tienen relación con la sangre.

El parto ha cambiado, por el activismo de diferentes asociaciones y también por la propia actitud de la mujer, como muestra la madre de Nora en su escrito. Hoy en día muchas mujeres han investigado, escrito y denunciado la violencia obstétrica, luchando por una manera diferente de enfocar nuestra sexualidad.

Cuando mi hija nació yo ya tenía 38 años. A una cierta hora de la madrugada me despertaba para darle el pecho al bebé; intentaba no hacer ruido para no despertar a mi marido ni a mis padres, que habían venido a pasar unos días con nosotros, con motivo del parto, desde una ciudad de Andalucía. Apenas comenzaba a dar de mamar a mi hija, mi madre aparecía, en camisón y bata, con un vaso de cacao caliente y un plato de galletas. Y ahí estábamos las tres generaciones de mujeres; mi madre cuidando de mí, yo cuidando de mi hija… la vida sigue”.

Referencias y bibliografía:

[email protected]: La utilización de las mujeres en la experimentación médica. Vicky López Ruiz.

El traje nuevo del emperador. Don Shelton.

Aproximaciones al genocidio gineco-obstétrico. Esther Piñeda. Diario digital femenino, febrero 2022.

La violencia obstétrica como violencia de género: Tesis doctoral de Eva Margarita García.

Esther Vivas: Mama desobediente. Una mirada feminista a la maternidad. Capitán Swing, 2019.

También podría gustarte